miércoles, 29 de enero de 2014

¡De cabras  a calaveritas!

Aunque falta mucho, para día de muertos, o  tal vez tiene poco que pasó, me gustaría comenzar hablando de un texto que me sirvió mucho en la redacción del primer capítulo de mi tesis. Este libro se llama Idea de la muerte en México de Caludio Lomnitz.  En sus páginas podemos ver cómo es que la tradición de lo que hoy conocemos como Día de muertos ha sufrido una evolución constante a lo largo de varios siglos.
En primer lugar, debemos reconocer, en contra de los que muchos nacionalistas  pudieran pensar, que la festividad tiene una mayor carga cristiana que de mitología Nahua. Si bien había festividades que conmemoraban a los fallecidos en  la época prehispánica, en general la mayor carga y esencia de la festividad deriva de la conmemoración cristiana del Día de ánimas o de los Fieles Difuntos.  En ésta se  honran a los cristianos que han muerto y que se hallan en un estadio metafísica llamado purgatorio que es previo al Cielo.
  Durante la época colonial es de destacar que la celebración duraba hasta más o menos el 15 de noviembre. Esto ocurría porque muchas veces, el sacerdote encargado de oficiar los servicios religiosos tenía que trasladarse de un pueblo o ciudad a otro, en caminos bastante deficientes.  Una vez que el ministro llegaba a dicho poblado había un intercambio de oraciones por alimento que, hasta cierto modo alimentarían al alma de los muertos, pero en general el sacerdote era quien realmente se quedaba con la mayor parte de la comida. Estos alimentos se llevaban en canastas a la iglesia y como lo Ilustra un  antiguo  cuadro titulado El purgatorio y la misa del Día de Ánimas, es posible ver como se ponían sobre paños de color oscuro una serie de diversas viandas.  Se pueden apreciar   fruta, maíz y algo que sorprendería a más de uno: animales muertos.  Éstos pueden ser desde pavos (guajolotes) hasta ovejas.

Una vez que la misa terminaba y se le dejaba una parte al clérigo, se llevaba el resto a la casa, donde se ponía  en el lugar que se consideraba más sagrado: el altar familiar. No es de sorprender entonces, la evolución de esta costumbre a los contemporáneos altares de muertos que cada año  alegran y dan color y sabor al otoño mexicano. 

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